Las oportunidades de los jóvenes pobres en el Perú
Existen básicamente dos canales para invertir en el capital humano de las personas: la educación y el trabajo. La juventud es un momento particular de la vida en el que la inversión combinada en ambos canales importa. Lamentablemente, en ambos, la situación es poco auspiciosa.
Esto es especialmente relevante para un país que aspira a convertirse en miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Si bien, durante las últimas décadas, el Perú experimentó un período de crecimiento económico sostenido, aún hay ámbitos del desarrollo en los que tenemos tareas pendientes.
En el avance de investigación 37, “Ser joven en el Peru: educación y trabajo” (GRADE), Ana Paula Franco y yo documentamos la situación de los jóvenes pobres en ambas dimensiones y señalamos los retos pendientes.
El Perú, que aún cuenta con el beneficio del bono demográfico, tiene alrededor de 8 500 000 jóvenes (personas entre los 15 a 24 años). Ellos constituyen la cuarta parte de la población. De ellos, uno de cada cinco vive en un hogar pobre. Dentro de todo, esta es una buena noticia, ya que, hace solo 10 años, uno de cada dos estaba en situación de pobreza.
Un punto de partida para una mirada conjunta educación-empleo es el análisis de los jóvenes que no estudian ni trabajan, los ninis. Esta condición alcanza al 29% de las mujeres y al 13% de los hombres entre los 15 y 24 años en el Perú. Estas cifras son ligeramente inferiores a las del promedio latinoamericano, las cuales, a su vez, son ligeramente inferiores al promedio mundial.
Aparentemente, el problema de los jóvenes que no estudian ni trabajan no es tan severo en el país, pero vale la pena resaltar dos características. En primer lugar, hay una importante diferencia de género que está asociada al embarazo adolescente y a una desigual distribución de las tareas domésticas. En segundo lugar, hay que prestar atención a la evolución del indicador de jóvenes nini, pues, en la última década, este ha mostrado dinámicas diferentes para jóvenes de hogares pobres en comparación a los de hogares ricos. La incidencia de jóvenes nini se mantuvo constante para los jóvenes de hogares del quintil más pobre del país mientras el mismo indicador mostró una caída notable para los jóvenes de hogares del quintil más rico. Se está gestando una disparidad a la que es necesario prestar atención.
Adicionalmente, detrás de la baja incidencia de los jóvenes nini puede estar enmascarándose un problema de calidad. Los jóvenes del país estudian o trabajan, pero cabe preguntarse lo siguiente: ¿de qué calidad son los empleos y los estudios de los jóvenes? El documento de avance de investigación abunda explorando diversas dimensiones de calidad.
Respecto al empleo, las noticias son desalentadoras en múltiples dimensiones: los jóvenes, en comparación a la población adulta, muestran menor participación laboral, mayor desempleo, mayor subempleo (por horas o por ingresos) y mayor informalidad (seguro de salud, pensiones, compensación por tiempo de servicio, vacaciones y gratificaciones).
Esto último es especialmente llamativo, pues los indicadores de informalidad o precariedad laboral son muy altos. Entre 96% y 97% de los empleos de los jóvenes, no cuentan con ahorro previsional o gratificaciones. Estos indicadores en la población adulta están en el rango comprendido entre 60% y 75%. Así, las imágenes que hace poco llamaron la atención mostrando a jóvenes trabajando encadenados dentro de contenedores, deberían hacernos recordar que tenemos un reto pendiente con el empleo juvenil.
En el sector educación, el panorama también debería ser el de un llamado a la acción. En años recientes, el país ha experimentado un aumento interesante en la matrícula universitaria, pero esta, aún no ha llegado a los jóvenes pobres. Uno de cada cuatro jóvenes de hogares no pobres cuenta con estudios universitarios. En contraste, esto sucede solo con uno de cada veinte jóvenes pobres.
En la secundaria, a los ya consabidos bajos desempeños en habilidades lectoras y matemáticas se suma un hallazgo reciente: las habilidades socioemocionales de los jóvenes también están por debajo de las de sus pares en otras partes del mundo. Esto es importante, pues se viene consolidando recientemente bastante evidencia sobre la importancia de estas habilidades para el éxito de las personas en múltiples dimensiones de la vida.
¿Qué hacer?
La solución al problema de los jóvenes pobres, que es de larga data, no será sencilla. En las últimas dos décadas se pueden identificar esfuerzos para mejorar su situación. No obstante, si bien todos los intentos están marcados por buenas intenciones, no todos han conducido a resultados positivos.
Así, por ejemplo, el intento de proteger el empleo subiendo los costos de despido tiene un efecto contraproducente de equilibrio general: los empleadores interiorizan el alto costo de despido y optan por no utilizar contratos de largo plazo. Hoy en día, solo 2% de los jóvenes que trabajan lo hacen bajo contratos permanentes.
Si los intentos de proteger el empleo funcionan tan mal, hay que implementar algunas políticas de flexibilización. Ese fue el intento de la Ley de Régimen Laboral Juvenil (Ley Pulpín) para jóvenes de 18 a 24 años que estuvo en vigencia poco más de un mes entre diciembre 2014 y enero 2015. Este régimen otorgaba a los jóvenes algunos beneficios laborales: seguro de salud, pensiones y quince días de vacaciones; además, permitía a la empresa deducir crédito fiscal por capacitarlos. Sin embargo, eliminaba algunos otros: CTS, utilidades de la empresa, gratificaciones, los otros quince días de vacaciones y asignación familiar.
Su corta vida se debió a las críticas frente a este recorte. Se argumentaba que no era “justo” quitar a los jóvenes esos beneficios. Este argumento, por supuesto, ignoraba que solo uno de cada veinte trabajadores jóvenes contaba con tales beneficios. En contraste, hubiera beneficiado a cuatro de cada cinco trabajadores jóvenes quienes, en su momento, se encontraban en condiciones de informalidad.
En el documento de avances de investigación, cuyo vínculo se copia nuevamente aquí, se discute alguna evidencia internacional con ejemplos de reformas laborales juveniles que han mostrado señales de éxito en realidades como las de Colombia y España. Ahí señalamos que la respuesta requiere enfrentar tanto la oferta como la demanda laboral.
Por el lado de la oferta, es claro que los jóvenes necesitan más y mejores habilidades. Esto es especialmente relevante en un mundo en que la demanda de habilidades cambia constantemente. Para moldear las habilidades de los jóvenes, se necesitan esfuerzos conjuntos del sistema educativo —primaria, secundaria, técnica y universitaria— y del sistema de capacitación profesional.
Tal como lo discutimos en el documento, los programas de colocación laboral y el mayor acceso a información pública aparecen como soluciones para cerrar algunas brechas de conexiones que tienen los jóvenes, especialmente los pobres. Las estimaciones de impactos potenciales de herramientas como “Ponte en Carrera” dan razones para la esperanza.
Para que esto pueda tener escalabilidad y sostenibilidad, será necesario que se construya sobre la base de un marco nacional de cualificaciones. Dicho marco proporcionaría un terreno común para el diálogo entre los agentes, y facilita la coordinación y los flujos de información.
Dicho esto, la coordinación es clave para la empleabilidad de los jóvenes pobres. Es necesario mantener una coordinación activa entre todos los agentes relevantes: centros de capacitación, intermediarios laborales, empresas y sector público. Esto permitiría detectar anticipadamente las demandas del mercado, las nuevas tendencias, las intervenciones efectivas y las experiencias exitosas. La difusión del conocimiento depende en gran medida de la conexión de la red. Este es el principal desafío para lograr la empleabilidad de los jóvenes.