noviembre 21, 2024

La crisis mundial del hambre está aquí

Un sistema alimentario más resiliente, sostenible y equitativo debe ser un pilar de cualquier agenda de mitigación o adaptación climática. Pero no debemos subestimar las barreras para construir uno, especialmente en países y regiones donde el suelo es pobre, la tierra tiene poco valor agrícola, y otros recursos naturales, como el agua, son limitados o están degradados.

DUBAI – Los precios mundiales de los alimentos se han disparado. El índice de precios de los alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación – que cubre una canasta de productos alimenticios básicos (cereales, carne, productos lácteos, aceites vegetales y azúcar) – alcanzó un máximo histórico de 159.7 en marzo, frente a un 141.1 del mes anterior. Si bien disminuyó levemente en abril, a 158.5, los acontecimientos en curso – entre ellos la guerra rusa en Ucrania – seguirán impulsando los precios a nuevos máximos, con consecuencias devastadoras para el hambre mundial.

La pandemia del COVID-19 expuso la fragilidad y disfuncionalidad de los sistemas alimentarios del mundo, con restricciones de movimiento e interrupciones en la cadena de suministro que elevaron los precios, dañaron los medios de vida rurales y exacerbaron la inseguridad alimentaria, especialmente para los pobres. Ahora, la guerra en Ucrania está exacerbando estos desafíos ya que ambos bandos son importantes exportadores de alimentos, combustible y fertilizantes.

Índice de precios de alimentos de la FAO

Fuente: FAO.

Además, el cambio climático plantea una amenaza aún mayor para la seguridad alimentaria mundial. El clima extremo – como las olas de calor, las inundaciones y las sequías prolongadas – ya ha provocado impactos en la producción agrícola y la disponibilidad de alimentos. A medida que aumentan las temperaturas, estos choques serán cada vez más frecuentes y potentes. Si el calentamiento global cruza el umbral de 1.5 ° Celsius (en relación con la temperatura preindustrial de la Tierra), es probable que se vuelvan catastróficos.

Como indica el último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, evitar el umbral requerirá una acción inmediata y drástica. Pero la mitigación es solo una parte del desafío. También se necesitarán inversiones en adaptación a gran escala para proteger a las comunidades vulnerables del calentamiento ya inmutable.

Incluso bajo el escenario de mitigación más optimista, se espera que el calentamiento global llegue al umbral de 1.5 °C en una década, antes de retroceder. Esto dará como resultado cambios en las zonas climáticas, aumento del nivel del mar y disrupciones en el ciclo del agua que aumentarán la frecuencia y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos. Más allá de aumentar los riesgos económicos y de salud, es probable que las disrupciones en el suministro de alimentos y agua resultantes generen agitación social y política, alimentando un círculo vicioso de pobreza, hambre, inestabilidad e incluso conflicto, acompañado de un fuerte aumento migratorio.

Un sistema alimentario más resiliente, sostenible y equitativo debe ser un pilar de cualquier agenda de mitigación o adaptación climática. Pero no debemos subestimar las barreras para construir un sistema de este tipo, especialmente para países y regiones donde el suelo es pobre, la tierra tiene poco valor agrícola,  y otros recursos naturales, como el agua, son limitados o están degradados y las condiciones socioeconómicas son difíciles.


Resumen de cambios impulsados por el clima, proyectados para 2041-60 con alta confianza en relación con 1995-2014. El rojo indica un aumento, mientras que el azul indica una disminución. Fuente: IPCC.

Dada la baja productividad de sus tierras agrícolas, los entornos marginales no pueden sustentar la producción sostenible de suficientes alimentos para satisfacer las necesidades nutricionales de la población local. De hecho, si bien estos entornos agrestes albergan a menos del 25 % de la población mundial (aproximadamente 1700 millones de personas), representan el 70 % de los pobres del mundo y la mayoría de los desnutridos.

La pobreza y el hambre pueden empujar a los agricultores a abusar de los frágiles recursos ambientales para asegurar su supervivencia en el corto plazo, incluso a costa del agotamiento de sus tierras y empobrecimiento de sus hogares y comunidades en el largo plazo. Aquellos viviendo en áreas remotas con infraestructura mínima, pocas oportunidades económicas alternativas, y un acceso limitado al mercado son particularmente propensos a tomar tales decisiones.

Debido a esto, los países con importantes tierras marginales dependen de las importaciones de alimentos, en algunos casos para más del 80% de sus necesidades. Pero las interrupciones relacionadas con la pandemia y la guerra, junto con los aumentos de precios que han provocado, han demostrado cuán vulnerables son esos países. Según el informe El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2021 de la FAO, 161 millones de personas más se vieron afectadas por el hambre en 2020 en comparación con 2019. Y el Programa Mundial de Alimentos ahora advierte que la combinación del conflicto bélico, COVID, la crisis climática y el aumento de precios ha llevado a 44 millones de personas en 38 países al borde de la hambruna.

Con los países luchando por asegurar suficientes alimentos para satisfacer las necesidades nutricionales de sus poblaciones, muchos ahora están reevaluando sus dependencias alimentarias y buscan expandir su producción local. Pero a menos que se tenga en cuenta la sostenibilidad, acortar las cadenas de suministro como parte de los esfuerzos para aumentar la resiliencia a corto plazo, podría socavar la resiliencia a mediano y largo plazo al agotar aún más los recursos agrícolas como el suelo y el agua.

La sostenibilidad no es barata. Una producción eficiente en medio de limitaciones biofísicas y climáticas requiere inversión en tecnologías costosas. Pero las estructuras de gobierno deficientes, las perspectivas de crecimiento limitadas y las altas deudas plantean desafíos importantes para muchos países. La pandemia ha ejercido una presión enorme sobre los presupuestos públicos, y se avecinan crisis de deuda para muchos gobiernos a medida que vencen los préstamos tomados para hacer frente a la pandemia.

No se puede esperar que los países pobres y vulnerables aborden la miríada de desafíos interconectados que enfrentan, desde la contaminación y la pérdida de biodiversidad hasta el hambre y la pobreza, sin ayuda. Para reforzar la seguridad alimentaria y nutricional a largo plazo, debemos mirar más allá de las soluciones nacionales hacia soluciones regionales e internacionales que consideren las necesidades de las comunidades que viven en entornos agrestes. De lo contrario, no habrá escapatoria a los ciclos desestabilizadores de hambre, migración y violencia.

Artículo original públicado vía Project Syndicate.