noviembre 21, 2024

Ahora toca lo más difícil

Para avanzar económicamente, los peruanos necesitamos reconocer dos cosas: Primero, que la forma en la que hemos venido haciendo las cosas ya no alcanza; y segundo, que las nuevas políticas públicas que requerimos emprender son mucho más difíciles que sus antecesoras.

Veinticinco años después, ya hemos cosechado la mayor parte de los beneficios que las reformas pro-mercado de los años noventa generaron. Es por eso que, contrariamente a lo que algunos analistas señalan, no se requiere ‘profundizar’ esas mismas reformas, de la misma forma que no hace falta seguir exprimiendo una naranja a la que ya le hemos sacado todo el jugo. Lo que se requiere, en cambio, es dar el paso hacia una nueva etapa de reformas que pasen de la estabilidad ‘macro’ al dinamismo ‘micro’, con un enfoque en añadir nuevos motores de crecimiento, incrementar la productividad y fortalecer la institucionalidad.

Dar este paso no será nada fácil, sin embargo, porque las reformas ‘micro’ plantean retos mayores. En cierta forma, las reformas de los años noventa fueron las más fáciles de implementar (aunque no por ello menos importantes o urgentes en aquel momento). Para liberalizar precios y eliminar subsidios solo hace falta una serie de decretos y medidas legislativas. Implementar un esquema de metas de inflación, como lo viene haciendo el banco central desde 1994 por ejemplo, involucra a pocos actores, requiere de procesos estandarizados y tiene criterios de evaluación inequívocos. En ambos casos, el diseño de política tiene prioridad por encima de implementación, pues ésta deja poco espacio al error.

En contraste, la diversificación productiva, la reforma educativa y la implementación de nuevas reglas electorales requieren mucho más trabajo a nivel de implementación. A modo de ejemplo, comparemos por un momento los procesos de ejecución de las políticas monetaria y educativa. Ejecutar la primera involucra probablemente a un grupo reducido de funcionarios que conocen a la perfección qué deben hacer para elevar o reducir la tasa de interés, comprar o vender dólares, etc. Estas funciones están centralizadas y responden a procedimientos en su mayoría estandarizados, lo que reduce el riesgo de error para el funcionario.

La educación primaria, por el contrario, involucra a decenas de miles de maestros, quienes en vez de compartir un mismo centro de trabajo en el Jr. Santa Rosa se encuentran dispersos a lo largo de todo el Perú. Estos maestros no tienen procesos estandarizados y más bien cuentan con significativa discrecionalidad—enseñar a leer a un niño requiere adaptarse a necesidades individuales y ajustar metodologías sobre la marcha, por ejemplo. En consecuencia, la educación requiere no solo una burocracia más grande, sino en buena cuenta una más sofisticada también. A esto se suma la dificultad para monitorear progreso. Un profesor requiere de tiempo y experiencia para identificar los logros de aprendizaje del alumno; al banco central sólo le basta con observar el tipo de cambio.

El gasto público ofrece  otro contraste entre la dificultad de las reformas que se necesitan hacer y aquellas que ya se hicieron. Elevar o reducir el gasto público es un tema de cantidades; en qué se gasta o deja de gastar es una cuestión de calidad. Durante los últimos veinticinco años, el Perú ha acertado en lo primero y fallado significativamente en lo segundo, y la razón es que mejorar la calidad del gasto necesita de una mayor burocracia, mejor calificada y empoderada para tomar decisiones con cierta discrecionalidad. Es por eso que el reciente énfasis de algunos analistas en criticar el aumento del gasto público corriente tiende a perder de vista la pregunta central, que es la calidad y no la cantidad. Vale destacar que también hay similares problemas de calidad en la inversión pública. Naturalmente, las condiciones externas actuales deben conducir a un cierre gradual del déficit fiscal, pero esto será más fácil si lo que se gasta contribuye efectivamente a mejorar la productividad y competitividad, elevando el crecimiento.

A raíz de la llegada del presidente Martin Vizcarra a Palacio de Gobierno, todos parecen querer indicarle qué debe hacer y qué reformas necesita perseguir. Este es un ejercicio saludable, pero sería más valioso si se prestara mayor atención a los retos que muchas de estas reformas plantean, no solo en el terreno del apoyo político, sino de la ejecución efectiva. A fin de cuentas, el diablo está en los detalles—o como en este caso, en la implementación.