diciembre 23, 2024

¿Cómo va la campaña?

Imagen: El Comercio.

Evaluar el mérito de las campañas en segunda vuelta requiere hacer el difícil ejercicio de ponderar los límites que enfrentaban los candidatos al inicio, especular sobre los costos de las rutas que no tomaron, además de considerar la ayuda que reciben de otros actores. Para esta complicada evaluación ayuda comparar con lo visto en campañas previas, pues se repiten algunos escenarios.

Considero que, hasta ahora, la campaña de Pedro Castillo ha sido pésima. Su estancamiento o caída (depende de la encuesta), en buena parte, nos indica lo mal que hizo las cosas. Tan mal, que es imposible desligar estas gruesas fallas de la precariedad de su candidatura. No son solo malas decisiones, sino carencias en diversos niveles, desde el candidato hasta su equipo. Sin embargo, a pesar de dicha precariedad, hay también espacio para malas decisiones.

Y son muchas. Con los números que tuvo al inicio pudo asegurar la elección: precisar su discurso, conseguir algunos voceros técnicos y políticos solventes, y moderar (y aclarar) las propuestas absurdas de su plan de gobierno. Esconder –o mejorar– su precariedad. Algo crucial, además, es que también se le vio arrogante, desdeñando a su contendiente cuando estuvo arriba. Sin esos errores, habría estado en mejor pie para enfrentar la dura campaña en su contra.

Porque otro aspecto para entender la caída de Castillo y el crecimiento de Fujimori, que no debe ser minimizado, es la acción de empresarios y medios de comunicación que han golpeado a Castillo con dureza. Como sucedió en las elecciones del 2011, el problema con los medios no es que reporten lo malo y discutible en la campaña de Castillo, sino que no reporten en forma similar sobre Fujimori y su entorno.

Sin embargo, por fuerte que sea este ataque, también es cierto que con una estrategia clara se pudo enfrentar mejor. Ya lo mostró Humala en el 2011, incluso usando el cargamontón para resaltar que él no era el radical y sembrar dudas sobre cuán democrático sería un gobierno de Fujimori. Castillo, con su improvisación, ha llevado la discusión ya no solo al tema del modelo económico o sus carencias democráticas, sino al de la gestión básica. El temor a que su promesa de cambio no tenga ruta.

La mala campaña de Castillo no implica que la campaña de Keiko Fujimori ha sido buena. Ha sido mejor, con equipo y orden, lo cual le ha permitido capitalizar, pero más por error del contrario. Para comenzar, presenta un equipo de gobierno que, salvo una o dos personas, parece elegido por el enemigo que quiere recordarle los noventa. El mensaje de estas semanas me parece que tiene un límite: miedo al comunismo y promesas de bonos hacia abajo como oferta de cambio.

Esta campaña, me parece, muestra un ADN fujimorista muy resiliente que se puede quedar corto. La estrategia anticomunista parece haber funcionado en ciertos sectores, recuperando votantes en Lima y el norte, y convenciendo indecisos en sectores altos y medios. La promesa de distribución todavía no muestra su impacto, pero de su éxito depende que pueda robar votos en el centro, el sur y los sectores D y E. Y hay razones para dudar que funcione como lo espera. Es obvio que es la candidata que busca preservar, pero con promesas de repartición no creo que logre responder a la demanda de cambios que hay en la elección.

Hasta ahora, le va mejor, pero no perdamos de vista que, con todos los errores de Castillo y la batería del miedo, siguen todavía parejos. Podría no alcanzarle si el rival mejora sus debilidades. E, incluso si pasa adelante, le quedan tres semanas de campaña, y ahora jugando como favorita con el apoyo del ‘establishment’. Ese ya es otro escenario.

En el tema donde no veo en ambos lados una acción inteligente, ni siquiera una comprensión de lo que está en juego, es en el de las garantías democráticas. Si la campaña se ajusta, este tema estará al centro de la búsqueda de indecisos. Y la diferencia no la hará quien firme proclamas o haga declaraciones, sino quien dé garantías.