El mito de la tolerancia cero y las “ventanas rotas”
Es de sentido común, la mano dura asusta a los delincuentes y entrega un mensaje claro que tiende a disuadir el crimen. Todos posiblemente hemos pensado que, con mayores castigos, o incluso solo con su anuncio, aquellos en la vida delictual preferían dedicarse a otra cosa. Esta es la base de las iniciativas llamadas de tolerancia cero que fueron inicialmente implementadas en Estados Unidos, pero posteriormente potenciadas con el realismo mágico latinoamericano.
Pensar que la criminalidad es una opción racional que algunos jóvenes toman porque reconocen que los beneficios son más grandes que los costos, es de una ingenuidad enorme. En los países latinoamericanos marcados por la segregación, discriminación, abuso, violencia y magros (o no existentes) sistemas de protección social; lo que debería llamar la atención es porqué tan pocos se dedican al delito.
La investigación es clara, menos racionalidad y más factores de riesgo, es lo que explica la vida criminal. Los factores son múltiples, pero cinco se destacan: (i) abandono escolar; (ii) uso problemático de drogas y alcohol; (iii) ser víctima o testigo de violencia en el hogar; (iv) problemas de salud mental; y (v) embarazo adolescente. Si realmente queremos terminar con la violencia y la criminalidad deberíamos invertir los objetivos y proponer tolerancia cero para los factores que potencian la posibilidad de iniciar carreras criminales. Pero siempre es más fácil comprar más vehículos policiales, firmar leyes castigadoras o crear tipos delictuales que aseguren cárcel como castigo principal.
La otra imagen que se ha instalado en el sentido común, basado en la teoría de las “ventanas rotas”, propone que los lugares que se empiezan a deteriorar deben ser intervenidos con rapidez para evitar el crimen. Implementado en Nueva York, se convirtió en una política considerada exitosa. Pero pensemos un poco, obvio que las ventanas rotas siempre están en los barrios más pobres, segregados, discriminados y donde vive la población que tiene las mayores barreras educativas y laborales. Sin duda necesitan intervención, pero no una centrada en la fuerza policial. Buscar “educar” o “reparar” lo socialmente desorganizado con presencia policial represiva o incluso comunitaria, no sirve. En muchos casos la policía se convierte en la única cara del Estado, lo que aumenta la frustración y tiende a alimentar la violencia.
En una época donde la seguridad se mantiene entre los principales problemas de la ciudadanía, necesitamos retomar los debates serios, dejar de lado la mitología y partir con la necesidad de intervenciones profundas y estructurales que permitan efectivamente enfrentar los problemas. Seguir fomentando respuestas basadas en el sentido común no solo es ineficiente, sino que profundamente irresponsable.