El reto de la competitividad
El Perú de los noventa era lo que el Foro Económico Mundial (FEM) describe como una ‘economía de factores’: un país en el que el principal problema es cómo movilizar sus múltiples recursos y atraer inversión en medio de diversos desbalances macroeconómicos (inflación, déficit fiscal, etc.). Hoy esos desequilibrios han quedado en el espejo retrovisor y el país ha pasado a ser una ‘economía de eficiencia’. Dicho de otro modo, una en la que el reto ya no es emplear más recursos en el mismo abanico de actividades, sino crear las condiciones que permitan la mejora de la calidad y el desarrollo de nuevas industrias, es decir, la diversificación productiva.
Todo lo anterior debería verse plasmado en el trabajo del Consejo Nacional de Competitividad (CNC), que en julio pasado publicó un informe con los principales ejes para una estrategia nacional sobre el tema. Sin embargo, en su primera página, el documento limita la competitividad a la “capacidad para producir bienes y servicios en mayor cantidad y a un menor costo.” Esta idea, que guía todo el documento, pone de manifiesto que el trabajo que se viene haciendo en materia de competitividad está anclado en un pasado que ya hemos dejado atrás.
Concentrarse en producir más y a menor costo es propio de las economías cuyo crecimiento depende de la movilización de recursos. Sin embargo, esta estrategia tiende irremediablemente a agotarse: junto con un mayor crecimiento y prosperidad suben también los salarios y costos operativos. Incluso con fuertes inversiones en infraestructura y capital humano, el Perú, eventualmente, tendrá problemas para competir a nivel de costos con Indonesia o Congo, países que vienen escalando posiciones entre los principales productores de cobre del mundo. Entonces, el reto no consiste en seguir produciendo lo mismo pero más barato, sino en buscar nuevas oportunidades para hacer lo que otros no hacen.
A la vez que nosotros nos engañamos con que ser un ‘país minero’ es suficiente para llegar al desarrollo, otros países, supuestamente mineros, avanzan por delante de nosotros. El propio FEM ahora clasifica a Chile como un país en transición desde una economía de eficiencia a una de innovación. Mientras esto sucede, otros países supuestamente mineros como Canadá y Australia ya se encuentran en ese grupo desde hace mucho tiempo.
Estos países no se volvieron competitivos por arte de magia. Por el contrario, existieron esfuerzos conscientes (incluyendo la inversión en infraestructura y la reducción de sobrecarga regulatoria) para promover el desarrollo de industrias a lo largo de la cadena de valor. En Canadá, a la exportación de cobre y petróleo se le sumó con el tiempo la de maquinaria y vehículos pesados. Hoy, Canadá exporta $48 mil millones en automóviles y $39 mil millones en petróleo crudo. Chile, por su parte, exporta $12 mil millones tanto en cobre como en cátodos de cobre. En contraste, las exportaciones peruanas del mismo producto no llegan ni al 10% de esa cifra. Desde luego, esto no significa que el Perú debe abandonar la minería, sino que la exportación de cobre debe ser el punto de partida para desarrollar oportunidades a lo largo de la cadena de valor, tal como en el caso chileno.
Si solo exportamos metales con poco valor agregado y requerimos mantener nuestros costos bajos para poder competir, que no nos sorprenda cuando la caída en precios de los commodities ralentice nuestra economía. Al referirse al último quinquenio de menor crecimiento, la agenda del CNC habla de una ‘trampa de ingresos medios’ para referirse a la desaceleración que muchas economías sufren tras largos periodos de crecimiento, pero dicha trampa no es un misterio: alcanzar el desarrollo es difícil. Los países que lo han logrado, como Singapur o Corea, deben su éxito a que sus clases dirigentes entendieron la necesidad de seguir distintas recetas en distintas fases. En ese sentido, el pragmatismo (y una sana dosis de sentido común) prevalece por encima del dogmatismo. Es hora de que el Perú empiece a hacer lo mismo.