diciembre 3, 2024

Entre el miedo y la esperanza

Imagen: El Comercio.

Una campaña agresiva, polarizada, ha puesto énfasis en los riesgos democráticos que representan ambos candidatos. No hay que minimizar esos riesgos, como he intentado transmitir estas semanas. Para Castillo la ruta plebiscitaria es una posibilidad, no basta con señalar que carece de apoyo en el Congreso o que tendrá oposición de las élites para disipar esos temores. Con Fujimori el miedo es que su discurso macartista se concrete en la mano dura prometida, con el apoyo de un Congreso donde esas ideas tendrán acogida en un sector importante.

Les soy franco: el escenario que creo más probable es uno de desgobierno, en el que la oportunidad de acumular poder se verá limitada por la pandemia, los recursos escasos (más allá del rebote de la economía), las altas expectativas generadas y las fuertes resistencias de ambos. Lo de Fujimori en Cusco esta semana anuncia lo que puede ser su relación con esta y otras zonas del país. Castillo gobernaría desde Lima, la plaza donde despierta más rechazo en sectores de la población y actores poderosos e influyentes. Los antis son fuertes y seguirán movilizados.

Además, un enorme riesgo para el gobierno será el Congreso. Se asume que solo las divisiones ideológicas marcarán su dinámica, olvidando que hoy la mayor bancada en el Congreso es la bancada derrochadora, la que ha roto los diques del MEF para hacer lo que quiera con la economía. Y para colmo, tendremos un Congreso polarizado, donde si bien será difícil lograr una vacancia, no será fácil conseguir consensos básicos para reformas y políticas.

¿Cómo responder a esta posibilidad de desgobierno y evitar la profecía autocumplida de nuestros peores temores de campaña? Un primer paso, creo, es que los candidatos muestren una altura política que hasta ahora no muestran: hablarle no solo a sus parciales, sino a los votantes del rival e indecisos. Y eso sucede al reconocer a un país dividido entre el temor al cambio y la esperanza del mismo; mostrar comprensión con lo constructivo de ambos sentimientos.

El miedo a Castillo tiene versiones exageradas, que insultan la inteligencia, pero también bases muy reales. La conducta de Castillo en primera y segunda vuelta ha mostrado improvisación y arrogancia en los días en que estuvo muy arriba: un equipo técnico ausente al inicio y luego débil; todavía inexistente en economía. Con un partido radical que ha vetado jales, presagiando que también vetará gabinetes. Fujimori, con todos sus peros, garantiza gobierno. Castillo ha evadido el tema hasta ahora. Creer que el impacto negativo de su elección en la economía sería una conspiración derechista es desconocer esos enormes huecos. Un país de ingreso medio, que vive de su vínculo de mercados internacionales, tiene razón al temer a un improvisado. El miedo de esos votantes debe ser reconocido, distinguiéndolo de sus versiones racistas o egoístas.

Por otro lado, la esperanza que recoge Castillo también debe ser vista en términos empáticos. No es un tema de ignorancia o radicalismo, sino de desesperación y búsqueda de oportunidades. Es la posibilidad de elegir un gobierno que cambie las cosas, represente y reconozca necesidades frente a élites atrapadas en escándalos de corrupción. No basta decir que el problema no es el modelo, sino de los políticos y la descentralización fallida, como si un modelo de desarrollo pudiera segmentarse. O que la solución sean bonos, como si no hubiese otras expectativas de por medio. Una élite nacional tiene una responsabilidad integral de igualar, empujar por buenos servicios. Y esas élites no son solo políticas, sino también económicas. El miedo al comunismo y los bonos que nos ha presentado Fujimori no responden a la complejidad de estas demandas.

Las insuficiencias de ambos apuntan a enormes riesgos como comunidad. Y como comunidad haríamos bien en reconocer lo razonable en las demandas que representan ambos. El domingo será el último momento para ver si alguno es capaz de hablarle con credibilidad a este país partido. En una elección ajustada, estos gestos y garantías podrían marcar la diferencia en la recta final. Y, ojalá, auspiciar un mejor gobierno.