Hacia un “nuevo normal” en la educación de niños y adolescentes: riesgos, retos y oportunidades
Imagen: ANDINA.
El 16 de marzo estaba marcado en el calendario de todos los hogares del país: era el día del retorno a clases. Sin embargo, frente a la llegada del COVID-19 se decidió postergar el inicio del año escolar y el 6 de abril se dio inicio a la educación remota. Así, las escuelas, los padres de familia (o cuidadores) y los niños y adolescentes se enfrentaron a una situación totalmente nueva e inesperada. Los estudiantes ya han estado expuestos a 10 semanas de educación a distancia y, por ahora, continuarán el año académico siguiendo este formato ¿Cuáles serán algunos de los riesgos, retos y oportunidades de esta nueva era educativa?
La brecha en el desarrollo de habilidades
Desde hace más de una década uno de los mayores retos en el sector educación ha sido asegurar el aprendizaje del estudiante. Recientemente, a nivel mundial[1], también se ha puesto un mayor énfasis en priorizar el desarrollo de habilidades socioemocionales (como la perseverancia, el autocontrol, la resiliencia), ya que la evidencia muestra que el desarrollo de habilidades cognitivas y socioemocionales está asociado con una menor probabilidad de deserción educativa y, en el largo plazo, con una mayor probabilidad de empleo y mayores ingresos, entre otros efectos positivos[2].
En Perú, a pesar de los esfuerzos realizados, los resultados de la Evaluación Censal de Estudiantes muestran que únicamente el 14% y el 16% de estudiantes en segundo de secundaria tienen las competencias esperadas en matemática y comunicación, respectivamente. La data del estudio longitudinal Niños del Milenio también evidencia que existe una brecha de aprendizaje por nivel socioeconómico en nuestro país (Gráfico 1). Una brecha que, como demuestra Attanasio y colegas (2017) emerge desde una edad temprana (8 años de edad) y se mantiene durante la adolescencia (15 años de edad). Considerando que esta era la situación antes de la pandemia, ¿qué sucederá en esta nueva era de educación remota? ¿Cómo se verá afectado el aprendizaje y el desarrollo de habilidades socioemocionales? ¿Cómo se verá afectada la continuidad educativa?
Gráfico 1. Brecha en habilidades cognitivas por cuartil de riquezaNota: 1 Puntaje promedio para niños de 15 años basados en las pruebas cognitivas en Matemática y Comprensión Lectora. La medición de riqueza se basa en un índice que toma en cuenta el acceso a servicios, los activos físicos del hogar y las características de la vivienda. Fuente: Niños del Milenio-Ronda Cohorte Mayor. Elaboración Propia.
Responder estas preguntas no es sencillo. Políticas como la Estrategia ‘Aprendo en Casa’ – implementada desde el 6 de abril-, tienen el potencial de reducir el posible incremento en la brecha de aprendizaje. Sin embargo, la exposición a esta herramienta y otras herramientas de aprendizaje dependerá de múltiples factores vinculados al estudiante, las escuelas y los hogares.
Un punto de partida distinto. Cada estudiante, inició este año académico virtual con un punto de partida diferente, es decir, con diferentes niveles de habilidades cognitivas, digitales y niveles de autocontrol y resiliencia, entre otros. Por lo tanto, cada estudiante podrá adaptarse a esta nueva era educativa a una velocidad distinta. Una velocidad que dependerá también de la oferta de conocimiento brindada por las escuelas, así como del espacio y recursos de aprendizaje brindados en el hogar.
Capacidad desigual de respuesta de las escuelas. La capacidad de adaptación a estrategias de educación remota es desigual entre las escuelas públicas y privadas ubicadas en zonas urbanas y rurales. Las escuelas poseen distintos presupuestos, distinto acceso a tecnologías de información y no todo el personal docente cuenta con las habilidades digitales y el equipo para implementar eficientemente la educación a distancia. Así, la diferencia en la exposición a contenidos educativos y la calidad de estos puede marcar una primera diferencia entre los estudiantes que no acceden a la Estrategia ‘Aprendo en Casa’, aquellos que están usando únicamente esta estrategia y aquellos que además de tener la oportunidad de beneficiarse de esta iniciativa, están expuestos a otras plataformas de aprendizaje.
El hogar como espacio de aprendizaje y los padres como los nuevos profesores. Existen además diferencias respecto al ambiente del hogar, el acceso a equipamiento y materiales de estudio, así como la cantidad de tiempo que los padres dedicarán al aprendizaje de sus hijos. Antes de la pandemia, el 7% de hogares vivían en hacinamiento[3], de lo que se puede inferir que muchos niños tendrán un espacio físico limitado para poder realizar sus estudios. Asimismo, aproximadamente el 10% de estudiantes no cuentan con radio, televisión o computadora para acceder a herramientas como ‘Aprendo en Casa’[4]. A lo anterior, se suma el hecho de que en cada hogar los padres están asumiendo el rol de “profesores” de manera diferente. Cada hogar está experimentando shocks negativos diversos, desde shocks económicos debido a la pérdida del empleo, hasta shocks a la salud física y mental, por lo que el tiempo compartido con los hijos será heterogéneo en cada hogar. Finalmente, durante la pandemia, el Ministerio Público ha recibido alrededor de 100 denuncias diarias por agresiones a mujeres y menores de edad. Esto refleja que debe haber hogares en los que los niños y adolescentes están expuestos a violencia doméstica, afectando su bienestar físico y mental y limitando sus oportunidades de aprendizaje.
Tomando en cuenta la heterogeneidad de realidades, el riesgo de un incremento en las brechas de aprendizaje por nivel socioeconómico es evidente. Asimismo, a pesar de que la educación remota puede ser una oportunidad para fortalecer habilidades digitales e incluso algunas habilidades socioemocionales, la magnitud en la que esto será posible es incierta y dependerá de cada contexto, donde aquellos que viven en hogares más vulnerables, probablemente, se verán más afectados.
Los efectos no deseados
A nivel internacional también existe una preocupación respecto a la deserción escolar, principalmente entre los estudiantes que cursan educación secundaria. Las medidas de aislamiento afectan considerablemente la economía de las familias, principalmente las que dependen de la economía informal, situación que podría incentivar a los jóvenes a no retornar a sus centros educativos para dedicarse a trabajar y apoyar económicamente a sus familias. Asimismo, los shocks negativos al ingreso familiar, en combinación con otros riesgos asociados a la violencia familiar y el hacinamiento, podrían afectar los niveles de ansiedad y depresión entre los adolescentes, aspectos que dificultarían la cantidad de horas y esfuerzo dedicado durante la educación a distancia y que podrían tener una repercusión en la decisión de continuar y culminar los estudios de secundaria.
La evidencia empírica sugiere que entre los estudiantes que no culminan estudios secundarios, la probabilidad de recaer en conductas asociadas al abuso de drogas y la delincuencia es mayor[5] y que, entre las mujeres, la probabilidad de embarazo adolescente es mayor. Por ejemplo, durante la epidemia del ébola, que también ocasionó el cierre de escuelas, el embarazo adolescente se incrementó en 65% en algunas comunidades de Sierra Leona, y muchas de estas adolescentes no retornaron a las escuelas. Asimismo, la evidencia indica que entre aquellos que no culminan la educación secundaria, la probabilidad de acceder a empleo es más baja y los sueldos promedios son menores, factores que influirán en el posible incremento de la brecha salarial por nivel educativo en los próximos años. Ante estos riesgos, resulta fundamental generar los mecanismos e incentivos para evitar que la tasa de deserción escolar incremente a raíz del COVID-19.
La oportunidad de un “nuevo normal” mejorado
Es difícil saber con exactitud la magnitud de estos efectos. La educación a distancia y el futuro retorno a clases presenciales traerá consigo grandes retos para el gobierno, las escuelas, los estudiantes y sus familias. Algunas acciones que podrían ayudar a convertir estos retos en oportunidades incluyen:
Medir la nueva brecha de aprendizaje: Es crucial que este año se evalúen las competencias alcanzadas en al menos una muestra representativa de estudiantes de primaria y secundaria para diagnosticar los efectos de la educación virtual a nivel nacional (actualmente se están realizando estudios en más de 10 países para evaluar aprendizajes vía telefónica). Esto será fundamental para diseñar y evaluar diferentes estrategias de acción e implementar un futuro plan de acción. Estas estrategias pueden incluir, entre otras, evaluar la eficacia de incrementar la jornada escolar o la viabilidad de crear espacios de tutoría personalizada.
Generar mecanismos de soporte para garantizar la continuidad educativa: Será vital evaluar si a través de programas existentes o la creación de nuevos programas se logra evitar el posible incremento en la deserción escolar. Por ejemplo, el programa de transferencias condicionadas Juntos[6], que incluye como una condición que los niños y jóvenes asistan a clases, podría ayudar a reducir los riesgos de deserción escolar. Sin embargo, resultaría importante evaluar si es necesario ajustar el monto de la transferencia dependiendo del número de individuos en edad escolar en el hogar, práctica que ya se realiza en otros países de la región como Colombia y México. Asimismo, es sustancial diseñar intervenciones orientadas a estudiantes de quinto de secundaria para garantizar su continuidad hacia la educación superior. Por ejemplo, a través de programas de fortalecimiento de competencias y apoyo en el proceso de preparación y postulación a educación terciaria.
Brindar un mayor soporte psicológico, proteger la salud mental del estudiante y fortalecer el desarrollo de habilidades socioemocionales: Tener herramientas complementarias que apoyen a los adolescentes socioemocionalmente en esta etapa de educación virtual es clave. Esto puede incluir, por ejemplo, realizar sesiones virtuales con estudiantes y padres sobre temas vinculados al manejo de la ansiedad. Asimismo, cuando las escuelas abran nuevamente, será importante que se prioricen actividades para garantizar una convivencia escolar positiva, mayores espacios de diálogo y soporte psicológico para los profesores y estudiantes.
Capacitar a la plana docente: Se debe considerar capacitar a los profesores para la etapa de “nivelación del aprendizaje”, particularmente en estrategias vinculadas a disciplina positiva y gestión del aula, con el fin de que los profesores estén preparados para identificar y responder a las cargas emocionales y psicológicas que los estudiantes podrían manifestar después de la cuarentena. También es fundamental promover que las escuelas cuenten con la presencia de profesionales de psicología. Asimismo, se debe evaluar la necesidad de incrementar la plana docente y, como lo recomienda Education Policy Institute, considerar la contratación de profesores retirados y estudiantes universitarios voluntarios, particularmente para ofrecer tutoría personalizada en aquellos casos en los que sea necesario fortalecer los aprendizajes del estudiante.
Preparar a las Instituciones Educativas: Las escuelas deben prepararse desde ya para el retorno a clases, desarrollando protocolos que incluyan medidas de higiene y de distanciamiento social. Como lo establece UNICEF, contar con una adecuada infraestructura de agua y saneamiento será primordial para incentivar hábitos de higiene y mitigar los riesgos de contagio. También es necesario identificar si habrá un incremento en la demanda de cupos en colegios públicos. Dado el shock económico de la pandemia, muchos padres decidirán trasladar a sus hijos a escuelas públicas (situación que se observa actualmente y para la que el MINEDU estableció una plataforma de registro de solicitudes). Por ello, es crucial evaluar si los colegios públicos cuentan con la infraestructura y el personal docente necesario para atender la expansión en la demanda de cupos, garantizando la calidad educativa y protegiendo la salud de los miembros de la escuela.
El país ha hecho un gran esfuerzo por responder y adaptarse a la era de educación virtual de manera eficaz. Una era en la que hay que evaluar de manera continua las acciones tomadas y en la que aún hay mucho por hacer. Es también momento de planear y tomar acciones para el futuro regreso a clases presenciales. Un futuro que tiene el potencial de ser un “nuevo normal” mejorado, con oportunidades para repensar, reevaluar y crear una estrategia educativa holística que garantice el retorno a escuelas de calidad y el fortalecimiento de habilidades digitales, cognitivas, y socioemocionales.
[1] La OECD actualmente está desarrollando un proyecto para no solo evaluar el desarrollo de habilidades cognitivas a través del PISA, sino también las habilidades socioemocionales. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, a través del objetivo 4 resaltan la importancia de garantizar el aprendizaje y desarrollo de habilidades más allá de las cognitivas.
[2] Para mayor detalle ver: Kautz, et al (2014), Acosta et al (2015), Cunningham et al (2016).