diciembre 23, 2024

La economía tras la reapertura

Imagen: Gestión.

La reapertura permitirá observar un ‘rebote’ estadístico en el PBI durante los próximos meses. En la ausencia de medidas de gasto público y apoyo al mercado laboral, sin embargo, una verdadera recuperación económica quedará pendiente.

La recesión peruana es una de las más profundas del mundo. A estas alturas, todos conocemos las cifras: en el segundo trimestre el PBI cayó 30.2% mientras que el empleo urbano a nivel nacional se redujo 49.0%. Un dato más reciente, correspondiente al periodo comprendido entre mayo y julio, registra un retroceso de 40.2% para Lima metropolitana.

Pocos países registran cifras similares. EE.UU. se contrajo 10.9% en relación con el mismo trimestre del año anterior, mientras que el PBI de la Eurozona cayó 15.0%. Incluso la comparación con nuestros pares de la Alianza del Pacífico resulta bastante desfavorable: México registró una caída de 18.7%, Colombia se contrajo 15.7% y Chile registró un decrecimiento de 14.1%. Si la economía global se ha tropezado a raíz del Covid-19, nosotros nos hemos dado de bruces contra el piso.

Durante la primera mitad del 2020 la economía peruana acumula un retroceso de 17.4%, por lo que es probable que a fin de año no estemos muy lejos de los pronósticos que el Banco Mundial (-12.0%), el FMI (-13.9%) publicaron hace unos meses. Lejos de ser ejercicios en pesimismo, estas proyecciones resultaron ser advertencias sobre el impacto económico de la epidemia y el costo de no hacer más para sostener el gasto y proteger el empleo. Tanto el BCR (-12.5%) en junio como el MEF (-12.0%) ayer han terminado haciendo pronósticos muy similares.

¿Qué sigue ahora? Aunque no es total, la reapertura de muchas actividades tras meses de cuarentena nacional ha generado expectativas de ‘rebote’. Así como las proyecciones apuntan a una caída de dos dígitos para este año, estas también pronostican un crecimiento positivo para 2021. Por ejemplo, el Banco Mundial proyecta una caída de 12% este año (la más profunda de la región) pero también espera un crecimiento de 7.0% para el próximo (el más alto del vecindario).

El problema, sin embargo, es que rebote y recuperación no son la misma cosa. Lo segundo no puede darse sin lo primero, pero lo mismo no es necesariamente cierto al revés. Podemos rebotar sin recuperarnos. De hecho, ese es el principal riesgo que enfrenta la economía en este momento.

Rebote sin recuperación

Dos factores, uno cuantitativo y el otro cualitativo, diferencian un simple rebote de una verdadera recuperación: la magnitud y la composición. Empecemos por el primero. A mayor la caída, mayor necesita ser el crecimiento para ‘compensar’ el choque inicial. Cuando toque calcular el crecimiento de abril 2021, por ejemplo, este se realizará con respecto a la cifra registrada en abril de este año, cuando la economía pasó su peor momento. Así, incluso si el crecimiento fuera de 50%, la recuperación no sería completa pues dicha cifra implicaría que la actividad se mantiene 10% por debajo de lo observado en abril de 2019.

En ese sentido, las proyecciones de los organismos internacionales que nos auguran el mayor crecimiento de América Latina en 2021 predicen un rebote, no una recuperación: Caer 12% en 2020 y luego crecer 7% en 2021, como espera el Banco Mundial, equivale a una contracción acumulada de 5.8%. En el caso de las proyecciones del FMI, el resultado acumulado es una caída de 8.3%, lo que contrasta con el mayor optimismo del MEF, que espera un retroceso agregado de 3.2%. En otras palabras, incluso bajo los cálculos más optimistas el Perú no retornaría a los niveles pre-epidemia sino hasta 2022.

Si queremos cerrar esta brecha lo más rápido posible es necesario darle un mayor impulso al gasto público. Por el lado de la demanda interna, el consumo y la inversión privados se mantendrán débiles en el corto plazo ante la mayor desocupación y la incertidumbre del ciclo electoral, respectivamente. Por ello es fundamental implementar medidas de gasto directo con una ejecución rápida y efectiva de los recursos. Tanto el programa Arranca Perú como la entrega de bonos necesitan acelerar el paso.

Por otra parte, la composición y características del crecimiento durante los siguientes meses también serán clave para diferenciar un rebote de una recuperación. Una de las diferencias cualitativas más importantes se observa en el mercado laboral, donde el shock negativo ha sido más severo para el empleo adecuado (caída de 55.9% en Lima metropolitana entre mayo y julio). Aunque el confinamiento era necesario ante la escala de la emergencia sanitaria (sobre todo al inicio), el costo de este, por su duración y severidad, ha sido innegablemente alto para miles de trabajadores.

En ausencia de medidas de apoyo al empleo, un futuro incremento en las cifras de ocupación probablemente vendrá acompañada de mayor informalidad. Debemos evitar que nuestro dualismo laboral y productivo se acentúe aún más. Hay que revisitar los esquemas de subsidio a la planilla y/o plantear incentivos a la recontratación. Estos programas deben introducir condiciones (como no despido), insertar controles expost y explorar la posibilidad de un trato diferenciado por sectores cuando lo amerite.

Todo lo anterior muestra que el efecto inercial de la reapertura en marcha, que tiene mucho de rebote y poco de recuperación, no será suficiente para que la actividad económica regrese a sus niveles previos rápidamente. Salvo que se produzca un regreso a la cuarentena total y estricta, el rebote se dará de todas maneras: Es casi una inevitabilidad estadística dictada por la aritmética de los porcentajes. Una recuperación de verdad, en cambio, depende de la política pública. Ahí tenemos mucho por mejorar.