La universidad y el empleo
“El cierre de algunas universidades es la decisión más complicada, pero necesaria, que la Sunedu debe tomar dentro de su accionar”
Casi siempre la coyuntura domina nuestra atención y perdemos de vista lo importante. Estos días la noticia coyuntural fue la denegatoria de licencia a una universidad. Pero hay una tendencia preocupante que ha pasado desapercibida: el valor de mercado de los estudios universitarios viene cayendo hace por lo menos una década, ¡Esto último debió ser titular hace mucho tiempo!
Datos de la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho) revelan que, en el 2007, un trabajador joven con estudios universitarios completos ganaba mensualmente S/1.800 más que un egresado de la secundaria. Hoy ese diferencial, el denominado premio a la escolaridad, ha caído a S/1.267 (ver gráfico). Las inversiones que con tanto esfuerzo hacen las familias para educar a sus hijos están siendo cada vez menos recompensadas.
Diferencial de ingresos entre egresados de educación universitaria y secundaria.
La misma fuente de datos (Enaho) revela que solo el 10% de tales jóvenes egresados del sistema universitario vive en hogares en los que el jefe es también egresado universitario. Esto indica que la gran mayoría de jefes de hogar tiene que tomar decisiones sobre la educación de sus hijos dentro de un sistema en el cual ellos no se formaron. Tanto padres como hijos necesitan ayuda.
Detrás del fenómeno de la caída de los ingresos adicionales por educación universitaria hay tanto factores institucionales como de oferta y demanda. Dentro de los factores de oferta hay dos que llaman enormemente la atención: cantidad y calidad. El mercado de trabajo peruano ha recibido flujos masivos de nuevos egresados universitarios. Pero hay que preguntarse por la calidad de la formación que esos nuevos egresados han recibido.
Al respecto, Pablo Lavado y Gustavo Yamada documentan en el libro “Educación superior y empleo en el Perú: una brecha persistente” que cuatro de cada diez profesionales en el Perú se encuentran en el subempleo (tienen una ocupación que no guarda relación con lo que estudiaron en la universidad, tiene más años de educación que sus compañeros de ocupación y sus ingresos laborales son bajos). Adicionalmente, quienes estudiaron en las nuevas universidades de menor calidad tienen probabilidades más altas (entre 18% y 30%) de caer en el subempleo.
Es por ello que resulta tan importante contar con una institución que vele por calidad de la educación universitaria. El trabajo que hace la Superintendencia Nacional de Educación Universitaria (Sunedu) apunta a que la calidad del sistema universitario esté por encima de ciertos niveles mínimos. De esta manera, las condiciones de empleabilidad de los jóvenes egresados universitarios deberían mejorar en el mediano plazo. Esto requiere, sin embargo, tomar medidas difíciles en el corto plazo.
El cierre de algunas universidades es la decisión más complicada, pero necesaria, que la Sunedu debe tomar dentro de su accionar. En lo que va del proceso se ha denegado la licencia a ocho universidades (6% del total) que sirven a 24.256 estudiantes (2% del total). El proceso de licenciamiento aún está a mitad de camino, por lo que es probable que más universidades reciban la denegatoria de su licenciamiento en lo que queda del año.
Estas denegatorias son duras pero necesarias. Para ello ofrezco otro dato del libro de Lavado y Yamada, obtenido a través de unos ejercicios de extrapolación: poco más de un tercio de los programas universitarios tiene retornos netos negativos. Estos retornos negativos son especialmente prevalentes en los programas de menor calidad.
Esto es, los jóvenes que siguieron esos programas hubieran estado mejor financieramente si trabajaban inmediatamente después de concluida la secundaria y no seguían estudios universitarios. En el largo plazo, la universidad hizo más daño que bien a los bolsillos de esos hogares.
Las ofertas educativas de bajo costo pueden perpetuar las trampas de pobreza. Para escapar de tales trampas hay que invertir en calidad. Pero, como es bien conocido, la calidad cuesta. Entonces resulta necesario pasar a la postergada discusión del financiamiento de la educación.
Somos un país que subinvierte en educación, en todos sus niveles. Por cada dólar que ponemos anualmente en uno de nuestros estudiantes, nuestros vecinos ponen hasta tres dólares en uno de los suyos.
Es momento de discutir la manera de hacer fiscalmente viable el gran salto que necesitamos dar en inversión educativa.