Las voces ausentes de la economía del desarrollo
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NUEVA DELHI – La falta de representación de grupos marginalizados en los corredores del poder –político, financiero y cultural- es una causa creciente de preocupación global. El conocimiento confiere poder, de manera que es importante quién lo cree. Como dijo el economista y premio Nobel Paul Samuelson, “No me importa quién escribe las leyes de una nación… si yo puedo escribir sus libros de texto”.
La economía del desarrollo se centra en mejorar el bienestar de miles de millones de personas en países de bajos ingresos, pero el Sur Global está muy mal representado en el campo. Desafortunadamente, una pequeña cantidad de instituciones de países ricos han sacado provecho de eso, con serias consecuencias. Y el problema parece estar empeorándose.
Consideremos el Journal of Development Economics, una publicación líder para artículos de investigación en el campo. Ni el editor de la publicación ni ninguno de sus diez coeditores residen en un país en desarrollo; sólo dos de sus 69 editores asociados. África y Asia ni siquiera están representadas.
Luego está la prestigiosa Conferencia Anual del Banco Mundial sobre Economía del Desarrollo (ABCDE por su sigla en inglés). El evento de 2019 celebró el 75 aniversario de la conferencia de Bretton Woods que dio nacimiento al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, pero ninguno de los 77 participantes pertenecía a una institución radicada en un país en desarrollo. Y nuestro análisis de la historia de tres décadas de la conferencia ABCDE demuestra que sólo el 7% de los autores de los artículos de la conferencia han pertenecido a instituciones del mundo en desarrollo.
El problema de larga data de la mala representación hoy se ve amplificado por el creciente uso de pruebas controladas aleatorias (RCT por su sigla en inglés) para testear la efectividad de intervenciones específicas para reducir la pobreza en países de bajos ingresos. Si bien el movimiento de RCT merece un inmenso reconocimiento por resaltar la necesidad de un rigor probatorio en la economía del desarrollo, ha tenido consecuencias excluyentes.
En virtud de sus reputaciones académicas bien merecidas, los economistas orientados hacia las RCT hoy trabajan en las universidades e instituciones de investigación más prestigiosas del mundo y se desempeñan en las juntas editoriales de las principales publicaciones económicas. Este rol crucial de coto cerrado les otorga un poder que marca la agenda. Hace veinte años, por ejemplo, prácticamente no había artículos basados en RCT en la economía del desarrollo; en 2020, según nuestro análisis, representaban alrededor del 40% de los artículos en las principales publicaciones.
Y la exclusión caracteriza al propio movimiento de RCT. En el Laboratorio de Acción contra la Pobreza Abdul Latif Jameel (J-PAL), el centro global más influyente en el terreno de la investigación de RCT relacionada con el desarrollo, aproximadamente el 5% de los casi 225 profesores asociados está radicado en países en desarrollo, sin ninguna representación de instituciones del este de Asia. Al mismo tiempo, realizar RCT es costoso, lo que significa que la investigación para la reducción de la pobreza –y su financiamiento- está cada vez más concentrada en las universidades más ricas (J-PAL se creó en el MIT).
En verdad, el costo de realizar RCT puede ser de millones de dólares por artículo, lo que hace que a los investigadores de los países en desarrollo les resulte difícil estudiar a sus propios países sin inclinarse ante las ortodoxias académicas de las instituciones adineradas. Si estos investigadores no pueden realizar estudios basados en RCT, tienen pocas posibilidades de que sus trabajos sean reproducidos en publicaciones líderes, y corren el riesgo de ser relegados a un estatus de segunda clase. Inclusive en base a una interpretación generosa de autoría, nuestro análisis sugiere que las instituciones de países en desarrollo representaron menos del 10% de los artículos basados en RCT en las seis principales publicaciones económicas en 2020.
Un costo más sutil tiene que ver con la priorización de la investigación. Existe un desequilibrio de poder inherente entre los gobiernos de países en desarrollo relativamente débiles y los investigadores poderosos financieramente y en materia de reputación, así como una tensión entre lo que los responsables de las políticas en las economías de menores ingresos consideran importante y lo que los académicos consideran digno de publicación en las principales revistas. Estos factores sin duda privilegian la investigación que arroja altos retornos privados para los investigadores radicados en países ricos, pero retornos públicos magros para quienes toman decisiones en los países en desarrollo.
Es verdad, hay académicos de países en desarrollo en estas instituciones de elite que hacen importantes contribuciones a la economía del desarrollo. Pero los incentivos y las prioridades de las culturas institucionales en las que habitan desempeñan un papel preponderante.
El costo final tiene que ver con el tipo de conocimiento que se ignora. Varias economías sumamente exitosas –entre ellas Corea del Sur, Taiwán, China, Vietnam, Mauricio y Botsuana- no dependieron de RCT para cambiar sus destinos y sacar a sus grandes poblaciones de la pobreza. Sin embargo, por lo general no hay académicos de estos países en las juntas editoriales de las principales publicaciones, ni participan prominentemente en conferencias y seminarios de economistas del desarrollo –una omisión que es particularmente elocuente en el caso de China, con su transformación económica históricamente sin precedentes-. Es como si los éxitos de estos países en materia de desarrollo no tuvieran lecciones que ofrecer.
Impedir el monopolio de la creación de conocimiento del Norte Global en la economía del desarrollo exige, antes que nada, reconocer que el Sur Global ha cedido predominio, cosa que ha sido aprovechada por las instituciones de elite del Norte. Muchos países en desarrollo han minado seriamente sus propias universidades y sistemas de producción de conocimiento tanto por una falta de financiamiento como de interferencia política, siendo esto último especialmente pernicioso en las ciencias sociales. A menos que le encuentren una solución a esto, seguirán sufriendo las consecuencias del desequilibrio global.
También debemos prestar atención al discurso de aceptación del premio Nobel del novelista Kazuo Ishiguro en 2017, en el que exhortó a una ampliación de “nuestro mundo literario común para incluir muchas más voces más allá de nuestras zonas de confort de las culturas de elite del primer mundo”. Eso significa buscar “más enérgicamente para descubrir las gemas de lo que hoy siguen siendo culturas literarias desconocidas, tanto si los escritores viven en países lejanos como si lo hacen en nuestras propias comunidades”, ocupándonos al mismo tiempo “de poner mucho cuidado en no resultar en exceso estrechos o conservadores en nuestra definición de lo que constituye buena literatura”.
Si reemplazamos “literatura” por “economía del desarrollo”, la exhortación de Ishiguro ofrece una agenda constructiva de acción correctiva para los intelectuales en el Norte Global. También sugiere que la diversidad y una representación más amplia son las mejores salvaguardas contra la estrechez intelectual que resulta de la captura de las elites.