Lecturas erradas del (actual) MEF
Varias de las principales fuentes de crecimiento, generación de empleo y aumento de ingresos públicos del año pasado, ajenas al gobierno, se disipan con el cierre de año. ¿Qué nos queda?
El MEF ha desplegado una campaña comunicacional para convencernos de lo bien que el gobierno ha manejado la economía. Ha adoptado un sesgo notoriamente optimista que no se condice con los factores que explican el desempeño económico del año pasado y que son mayormente no atribuibles a sus políticas. Tampoco pondera apropiadamente el balance de riesgos externo e interno. El MEF pareciera estar desconectado de la realidad, tanto en su interpretación del estado actual de la economía (y de su desempeño el año pasado), como de lo que nos podría deparar este año.
Para el MEF, el crecimiento del PBI del 2021 en torno al 13% -que supera en 3% a la proyección dejada por el gobierno anterior- es un “logro excepcional”, producto del “efecto rebote” y “de las medidas tomadas para reactivar la economía”. Una proyección no puede tomarse como un dato y hacer inferencias con él. Las proyecciones del gobierno previo suponían un aumento moderado de términos de intercambio y precios de exportaciones. Los términos de intercambio subieron casi el triple de lo que se había proyectado, y los precios de exportaciones más del doble. Estos fortísimos vientos de cola no anticipados explican una parte importante de la aceleración del crecimiento. Pero para entender que tan “excepcional” fue este, la métrica correcta sería una comparación del PBI frente al periodo prepandemia o de la brecha de producto, en ambos casos, relativo a países “similares”. Bajo estas métricas, Perú estaría bastante rezagado con respecto a Chile, y en línea con Colombia en la primera, pero rezagado en la segunda. Ello pese a que Perú destinó muchos mayores recursos públicos y privados de largo plazo a mitigar los efectos de las decisiones adoptadas en la lucha contra la pandemia. Sobra decir que la mayor parte del crecimiento del año se dio en la primera mitad, cuando los efectos reapertura y rebote fueron más significativos.
En cuanto al mercado laboral, se atribuye qué entre julio y octubre, “el gobierno” haya logrado la generación de 340.000 empleos formales y creado 120.000 puestos de trabajo por encima del nivel prepandemia. La generación de empleo también responde a efectos rebote, reapertura y vientos de cola y se genera fundamentalmente por el sector privado. Los aciertos del gobierno han sido en dos frentes, ambos heredados: continuar las cuarentenas focalizadas y la vacunación. De otro lado, las cifras a las que hace referencia el gobierno corresponden a la planilla electrónica de Sunat (que publica el BCR), que se limita a empleo formal. No hay razón para considerar que sean erradas, pero los informes a nivel nacional del INEI a setiembre, usando la ENAHO, muestran un mercado laboral sustancialmente más débil, con un crecimiento entre la NO PEA y el subempleo (pérdidas de empleo adecuado) de más de dos millones, y una contracción de empleo en empresas de más de 11 trabajadores de casi un millón, compensado parcialmente por aumento en empresas de menos de 10. No pareciera un entorno para andar cantando victorias.
En lo que se refiere a inversión privada, históricamente los booms exportadores la han acelerado significativamente. Más aún, desde que el BCR mide expectativas empresariales, todos los periodos, en los cuales hemos tenido precios altos de exportaciones o subidas sostenidas de estos, las expectativas mejoran y anticipan una aceleración de la inversión privada. Lamentablemente, el actual gobierno ha logrado algo inédito: llevar las expectativas a terreno de pesimismo en medio de un boom de materias primas, lo cual señaliza contracción de inversión privada en los próximos trimestres. Las mayores salidas de capitales en nuestra historia no parecen indicar al gobierno que existe un problema de credibilidad y confianza.
Por el lado de la política fiscal, la reducción del déficit tampoco responde a decisiones del gobierno, sino a los efectos antes indicados que han generado un aumento en los ingresos públicos muy por encima de lo proyectado (además de pagos de una vez en múltiples miles de millones de soles). Las acciones del gobierno, en realidad, han ido en dirección contraria a la consolidación fiscal, incrementando el gasto público -vía créditos suplementarios- saltándose al Congreso y mayoritariamente en partidas que no generan capacidad de crecimiento futuro. El aumento en la inversión pública es bienvenido, pero ha sido más significativo el incremento presupuestal, que las mejoras en eficiencia de su ejecución. Es llamativo, que, pese a que los tres últimos meses del año la inversión pública se contrajera con respecto al año previo, el gobierno se atribuya el logro de la mayor inversión pública en el año.
Finalmente, el gobierno no ha generado las condiciones para articular una agenda de políticas que mejoren la capacidad de crecimiento sostenido de la economía. Más bien, ha hecho lo contrario, no solo por el desincentivo a la inversión privada o la designación en altos cargos de personas sin las competencias necesarias, sino debido a contrareformas o políticas erradas (educación, transportes, “agenda 19” en materia laboral, “segunda reforma agraria”, entre otras). Las mesas ejecutivas, otra herencia que felizmente no han socavado, posiblemente sean el único instrumento de mejora de políticas enfocado en productividad de mediano plazo.
El gobierno pareciera no darse cuenta de la precariedad con la cual ingresamos al 2022. Si no hace cambios sustantivos en liderazgos y políticas, dependeremos desproporcionadamente de un entorno externo que no controlamos. Un país no puede depender de la buena suerte de indicadores que no dependen de su buena o mala gestión.
Original publicado en Gestión.