diciembre 23, 2024

Lejos de eliminación de la pobreza rural

El debate reciente ha estado marcado por la subida en la incidencia de la pobreza durante el 2017. El incremento en la tasa de pobreza está fuertemente determinado por el alza de la incidencia de la pobreza en Lima Metropolitana registrada en ese año. La pobreza en Lima pasó de afectar al 11% de limeños en 2016 al 13% en 2017.

Mientras tanto, casi nadie discutió o puso en agenda la urgencia de retomar el debate sobre cómo revertir el estancamiento en la reducción de la pobreza rural. Como siempre, lo rural y la pobreza rural tienden a ser dejados fuera de la discusión. Siempre se usan las mismas tres excusas: 1) que la población rural es relativamente pequeña y que cada vez serán menos los peruanos viviendo en la zonas rurales, (entonces es mejor que nos concentremos en lo urbano donde si las tasas de pobreza son menores pero es donde hay mayor cantidad de personas en situación de pobreza), 2) porque lo rural se ve y se conoce menos, está lejos de nuestro día a día y entonces nos cuestiona menos (a todos, y en particular a los que toman decisiones en el sector público), y, 3) varios colegas señalan que para lo rural ya se sabe lo que hay qué hacer y qué programas como Juntos y Haku Wiñay han demostrado tener impacto positivo y que con eso problema resuelto o en vías de solución.

Volveremos sobre estos temas, pero antes revisemos qué ha pasado con la pobreza rural en el 2017 y en años recientes.

Los resultados del 2017 confirman una tendencia preocupante. Si bien la pobreza rural ha disminuido considerablemente desde el 2004, de más de 80% a menos de 45% en 2017, sigue siendo inaceptablemente alta. La incidencia de la pobreza rural (44.4%) prácticamente triplica la tasa de pobreza en zona urbana (15.1%). La pobreza extrema, los que pasan hambre, en la zona rural, a pesar de enormes reducción sigue siendo más de 10 veces la pobreza extrema urbana. En las zonas urbanas el 1.2% de la población no logra cubrir la canasta básica alimentaria (que define la línea de pobreza extrema) mientras en las zonas rurales el 12.8% de la población se mantiene en situación de pobreza extrema.

Gráfico 1: Evolución de la pobreza (2004-2017) – Fuente: ENAHO 2004 – 2017. Elaboración propia

A pesar de los avances, la brecha entre la incidencia de la pobreza urbana y la rural sigue siendo alta, incluso más alta que otras brechas entre lo urbano y lo rural que han venido disminuyendo entre lo urbano y lo rural (abastecimiento de agua, desnutrición crónica infantil, etc.).

Por otro lado, y desde un punto de vista territorial, la pobreza rural afecta más a la sierra y a la selva que a la costa, como se muestra en el siguiente gráfico.

Gráfico 2: Evolución de la pobreza rural por regiones (2004-2017) – Fuente: ENAHO 2004 – 2017. Elaboración propia

La persistencia de altas tasas de pobreza rural es inaceptable. No solo por la vulneración de las opciones de vida de casi la mitad de las familias rurales, sino porque sus implicancias afectan varias dimensiones del desarrollo nacional. La pobreza rural puede estar afectando la capacidad de la población rural para preservar y usar adecuadamente los recursos naturales a los que accede (muchos de los cuales definen sus medios de vida) afectando con ello el ambiente global (bosques, cursos de agua, páramos, etc.). También la pobreza rural tiene un impacto en el avance de actividades ilegales en zonas rurales –la minería ilegal, la tala, el cultivo y procesamiento de hoja de coca, etc.- y como se ha demostrado en otros lugares, tiene un impacto potencial en los niveles de inseguridad ciudadana[1]. No hay posibilidad de que avancemos en nuestro desarrollo como país si no enfrentamos el desafío de reducir y eliminar la pobreza rural.

Una de las tantas razones por las que deberíamos atender seriamente a la pobreza rural es también porque esta afecta la salud y la alimentación de millones de peruanos. Como bien señaló hace poco el Dr. Elmer Huerta en su columna en El Comercio[2], los niños que mueren de neumonía durante la temporada de heladas en la sierra del Perú, no lo hacen por frio, sino por su pobreza (y desnutrición).

Conociendo estas razones, no solamente debe preocuparnos que la pobreza rural sea aún muy alta y que no converja con la pobreza urbana, sino sobre todo que su reducción se ha estancado. Como vimos en el gráfico 1, la pobreza rural se ha estancado en alrededor del 44% desde 2014. Esto revela que los avances, tanto los derivados directamente de las altas tasas de crecimiento económico, como de las intervenciones efectivas, localizadas y focalizadas en zonas rurales, parecen haber encontrado su límite. Ya no basta con programas como Juntos o Haku Wiñay. Esto responde a la tercera excusa que mencionamos para no preocuparnos de la pobreza rural. No es cierto que ya sepamos como enfrentar la pobreza rural. Hemos avanzado pero es tiempo de hacer más y de implementar nuevas y complementarias intervenciones para retomar la reducción de la pobreza rural. Intervenciones que tienen que incorporar acciones relacionadas con la agricultura como actividad central en los medios de vida de los más pobres.

En el siguiente gráfico se muestra la importancia del sector agrario en los ingresos de la población y de los pobres, donde se ve que el agro es relevante no solo para los pobladores rurales (las tres columnas del extremo derecho del gráfico) sino también para porcentajes no despreciables de pobladores viviendo en ciudades pequeñas e intermedias.

Gráfico 3: Proporción de hogares con ingreso agrícola por tamaño del centro poblado en que habitan – Fuente: ENAHO 2004 – 2017. Elaboración propia

Varios autores y expertos han señalado que hoy hay más personas en situación de pobreza en las ciudades que en lo rural. Esta afirmación es correcta pero engañosa. Depende de lo que entendamos por rural. La definición oficial dice que una persona es rural si vive en un centro poblado de menos de 400 viviendas (2000 habitantes). Con esta definición cerca del 25% de la población peruana sería rural. Como muestra el gráfico anterior, hay población clasificada como urbana que vive de su entorno rural (trabaja en el agro, la pesca, el bosque, la minería, etc.) o trabaja en actividades derivadas de estas actividades (comercio de insumo, transporte y comercialización de productos, etc.).

Solo el 22% de las personas en pobreza, y el 6% de las personas viviendo en situación de hambre (pobreza extrema), viven en ciudades grandes (de más de 500 mil habitantes), mientras que el 46% de las personas en pobreza viven en la sierra del Perú. Para el caso de las personas en situación de pobreza extrema la situación es peor, más del 66% vive en la sierra y 76% en las zonas rurales.

En otras palabras, las personas viviendo en situación de pobreza se concentran en la sierra y fuera de las grandes ciudades y representan a casi la mitad de los pobladores rurales, y un porcentaje importante de ellos depende del agro.

El grueso de la pobreza está lejos de los centros de poder y de toma de decisiones, es decir, se ven menos. Además, al no existir organizaciones de personas en situación de pobreza y menos para la zona rural, no hay coaliciones para incidir en las políticas públicas a favor de la pobreza rural, tienden a ser colectivos invisibilizados.

El Estado tampoco tiene una institucionalidad para hacer valer la voz y los derechos de los peruanos que viven en situación de pobreza y ruralidad o que dependen de lo rural para sobrevivir. Si bien el Midis debería ser la entidad encargada de velar por las personas en situación de pobreza, hoy parece que importa más el peso de las personas en pobreza en el ámbito urbano (por su relevancia en la estadística) que el de los rurales. Esta mayor atención a la pobreza urbana está quitándole centralidad –al menos en el discurso del Midis- a la población en pobreza en zonas rurales.

El Minagri y la PCM (por los asuntos territoriales y de descentralización) podrían ser también los llamados a ser aliados de la población rural para lograr mayor atención, innovación e intervenciones efectivas para enfrentar la pobreza rural y para retomar estrategias para mejorar las condiciones de vida de quienes dependen del agro para subsistir. Los Gobiernos Regionales o Locales podrían jugar también ese rol, pero sabemos bien que tienden a mirar más por los intereses de las ciudades capitales de su región, donde se concentran los votantes.

En resumen, la pobreza rural es inaceptablemente alta, no está bajando, no tenemos nuevas intervenciones efectivas para enfrentarla y tenemos poca o nula institucionalidad pública interesada o con el mandato de atender lo rural en general, y la pobreza rural, en particular.

Todo juega a favor de mejor dejar pasar el problema, de no ver y no atender lo rural. Con estas condiciones, incluso con más crecimiento, las perspectivas de retomar la senda de reducción de la pobreza rural y una agenda para eliminarla, son malas. Claro, hasta que vengan nuevas elecciones y la población rural y la de la sierra, en particular la de la sierra sur, sean –nuevamente- los actores decisivos en la elección de quien nos gobernará.

 

 

[1] Casos en Colombia, Brasil y América Central pueden ser encontrados en Heinemann y Verner (2006); Imbusch et al. (2011) y PRISMA (2014)

[2] https://elcomercio.pe/blog/cuidatusalud/2018/06/goles-pobreza-frio-y-neumonias