diciembre 23, 2024

Organizar un nuevo (y urgente) esfuerzo en pos de la inclusión financiera: insumos para el debate

Imagen: ANDINA.

Es imprescindible y urgente lograr la inclusión financiera. Y los esfuerzos deben ir orientados a universalizar el acceso a cuentas, garantizar la interoperabilidad en el sistema financiero y la aceptación de pagos digitales.

La emergencia actual, las colas en los bancos como una de las fuentes de contagio del coronavirus y las toneladas de argumentos a favor de la inclusión financiera, hacen vital que renovemos el esfuerzo a favor de lograrla. Hoy está claro que conectar a los ciudadanos entre sí, con las empresas y con el sector público a través del sistema financiero es imprescindible. Es una necesidad esencial.

Hemos pasado de la idea de “es recomendable” avanzar en inclusión financiera (“nice to have”) a es imprescindible y urgente lograr la universalización de la inclusión financiera (“must have”).

Las metas que nos habíamos fijado como país en este tema, no solo están lejos de cumplirse, sino que son insuficientes. Tenemos que avanzar más agresivamente.  La pregunta es cómo lo hacemos, si hasta ahora –a pesar de la Estrategia del 2015, la Política del 2019, de tener el mejor entorno (según el Microscopio Global del Economist Intelligence Unit), de las innovaciones y plataformas nuevas en operación- hemos avanzado tan lentamente.

Hoy, según ENAHO 2019, solo 39.8% de los adultos tenemos al menos una cuenta en el sistema financiero. 4 de cada 10. Sólo 6.9% responde hacer algunas compras con una tarjeta de débito y el 2% y usa banca por internet para compras (estos sin lugar a dudas ha subido con la cuarentena). Nuestro punto de partida es bajo. Solo podemos mejorar.

En lo que sigue, se proponen tres áreas alrededor en las que hay que organizar el esfuerzo. Cada una requiere de las otras, no en secuencia, sino para conformar un ecosistema que haga una diferencia. Seguramente hay más ideas y formas de plantearlo, pero van ideas que pueden ser factibles, implementables.

Tres niveles de acción:

Para acción se requiere liderazgo, un plan, y mucha articulación. Son muchos y muy variados actores, públicos y privados, que en muchos casos tienen conflictos, tensiones y modelos de operación y perspectivas de negocio en oposición. Pero se trata de un asunto de interés público, de garantizar prácticas más competitivas que produzcan bienestar y seguridad de todos los ciudadanos . Eso es lo que debe guiar los planes, acciones y exigencias.

Sobre lo primero, universalizar el acceso. El DU 056-2020 ayuda y facilita procesos para ampliar el número de personas con una cuenta. Eso está muy bien y ayuda, pero es una solución de coyuntura. No es para todos, ni son cuentas permanentes ( a menos que se usen de manera regular).

La opción es usar las cuentas básicas (ya reglamentadas por la SBS) y hacer que cada ciudadano tenga una. Para los adultos, que se abran las cuentas con un proceso similar al del decreto; para los que cumplen  18, al cambiar al DNI azul o electrónico automáticamente, RENIEC debe ser capaz de crear una cuenta básica en el Banco de la Nación (BN) –el banco de todos los peruanos-, si acaso el sector privado no se anima a crear una cuenta de estas características de identificación. El CCI de esta cuenta tienen el código del BN y nuestro DNI y muchos ceros para completar los 20 dígitos. Todo con acceso desde la banca celular y la banca por internet del BN, y con acuerdos que permitan el uso de los canales de otros intermediarios. Basta mirar el caso de Chile con la cuenta RUT, como ejemplo de que esto es factible y útil.

Es costoso. En caso el sector privado no participe, el BN tendrá que tener registro de casi 24 millones de cuentas, muchas de las cuales seguramente tendrán saldos pequeños o nulos, incluso algunas nunca serán usadas. Es parte del costo del servicio esencial que necesitamos, y debemos asumirlo. Este costo seguro se cubrirá restándole utilidades al BN, ni modo. Hay que costearlo, asumirlo y sostenerlo.

Con el 100% de adultos con esta cuenta básica, hay que trabajar en lo segundo. Interoperabilidad. Desde esa cuenta básica debe ser posible hacer dos acciones: retirar y transferir.  Lo menos deseable, pero necesario será asegurar la opción de retirar el dinero ahí depositado (convertirlo en dinero en efectivo), esto tiene que ser posible en cualquier punto de acceso del sistema financiero, sea cual fuere el canal (ATM, cajero corresponsal, agencia, etc.). Para ello también se requiere mayor infraestructura, más puntos de atención: agencias, ATM y cajeros corresponsales -ambos con una mejor distribución de estos en el territorio.

Pero también desde esa cuenta de debe poder transferir el saldo dentro del sistema financiero: transferirlo a otra entidad a otro tipo de cuenta o billetera electrónica, desde donde pueda hacer pagos, envíos, etc. Si vivo en una provincia donde la mejor infraestructura me la ofrece una entidad local de microfinanzas, debería poder usar esa infraestructura y mover mi dinero desde mi cuenta del BN a esta entidad o la entidad financiera o billetera electrónica de mi preferencia. Todo digital, todo desde una web, pero también todo posible desde un teléfono básico con solo acceso a comunicación por voz y SMS. Acá se requerirán inversiones en infraestructura, en conexión entre entidades, espacios de compensación entre entidades, acuerdos de pago de comisiones por operación y mucha tecnología. Todo posible hoy, todo con avances parciales ya en marcha. También hará falta regulación y más competencia para que todo opere de forma segura, transparente y con fluidez. Es un tremendo reto.

Con estas dos primeras acciones se lograría que todos los ciudadanos que tengamos o recibamos recursos dinerarios en nuestra cuenta, los podamos mover dentro del sistema financiero –público y privado- y usarlos sin las fricciones que se presentan hoy en día.

Para completar el circuito, necesitamos contemplar lo tercero: aceptación del dinero que tengamos en el sistema para hacer pagos sin sacarlo del sistema. Si bien ahora todos miramos los países que ya casi no usan efectivo como la meta –China o Suecia, por ejemplo- lo clave es lograr que para cada pago tengamos la opción –y los incentivos- de hacerlo sin usar efectivo. Esto exige una transformación enorme, como consumidores, pero también en el mundo del comercio, sobre todo del comercio al por menor. Ya hay ejemplos exitosos de estas transformaciones, pero también lecciones sobre su complejidad, sobre la necesidad de hacerlo articuladamente, con mucha tecnología, pero también modelos de negocios competitivos y con políticas públicas con incentivos claros y alineados al logro del objetivo final: dejar el efectivo. Acá salimos del mundo de las entidades financieras solamente para entrar en un espectro mayor de actores: bodegas, puestos de mercado, grandes distribuidores, empresas operadoras y facilitadoras de pagos, millones de consumidores, etc. Pero se puede, y tiene que hacerse.

Ya se sabe que lograr un ecosistema de pagos sin efectivo y con inclusión financiera protege a las personas en momentos difíciles, genera mayor eficiencia y formaliza la economía–de facto-, ahora además cuida nuestra salud.

Como mencionaba al inicio, seguro hay más y distintas ideas de cómo lograr una inclusión financiera universal. Estas son las ideas que veo necesarias y urgentes, sobre las que se podría avanzar. Pero son un insumo para el debate. Del diálogo y debate siempre salen mejores propuestas y lo que necesitamos hoy es un plan con las mejores propuestas, pero poniendo por delante que sean factibles  de implementar con lo que tenemos (y reconociendo que el diablo está en los detalles).