diciembre 22, 2024

Pasamayito: más asfalto, menos ciudad

El viernes 11 de noviembre se inauguró el asfaltado de la vía “Pasamayito”, que conecta los distritos de Comas y San Juan de Lurigancho. Esta ruta existía hace décadas como una trocha, que, informalmente, servía de atajo para conectar ambos distritos, ahorrando horas a los vecinos de los asentamientos humanos próximos.

La construcción de la vía ha visibilizado la enorme precariedad de estos sectores de Lima Metropolitana, donde miles de personas viven en condiciones infraurbanas, debiendo caminar largas distancias para poder acercarse a las avenidas con la finalidad de desplazarse por la ciudad. Fuera de ello, las mototaxis y colectivos son sus únicas alternativas, poniendo continuamente en riesgo sus vidas por tener que usar servicios informales.

Si bien debemos siempre felicitar la inversión en infraestructura urbana en las zonas más carenciadas, considero importante revisar algunos aspectos que ponen en evidencia que, para la Municipalidad de Lima, seguimos siendo autos y no personas, y su muy limitada capacidad de planificar y gestionar el desarrollo urbano y la riqueza que la ciudad misma genera con este tipo de obras.

Empecemos por lo primero, la vía Pasamayito está catalogada como vía colectora en el Sistema Vial Metropolitano, por lo tanto, debiera tener el diseño de una avenida. Según el Reglamento Nacional de Edificaciones, norma GH.020, las avenidas deberán tener, como mínimo, veredas de entre 2,40 y 3 metros a cada lado, libres de todo obstáculo. Si bien se podrá argumentar que la vía recorre tramos no urbanizados, la realidad es que en casi todo el trayecto está acompañada de viviendas precarias o carteles de “propiedad privada”, con lo que se estaría indicando que próximamente veremos nuevas construcciones. Por otro lado, los postes de alumbrado público invaden las estrechas veredas, dejando en muchos casos espacios menores a 1,20 m para el paso de personas, infringiendo la norma nacional. Asimismo, no se han incorporado árboles o pérgolas que den sombra para aliviar el largo recorrido, ni se ha previsto arborizar zonas que no debieran ser ocupadas por el riesgo que ello significaría. En todo el recorrido no hemos visto paraderos adecuadamente equipados, con dársenas para los vehículos de transporte público, con lo que se estaría poniendo en alto riesgo a los pasajeros y conductores.

Desde el inicio de las obras hemos visto como han ido apareciendo viviendas precarias en zonas hasta entonces no habitadas, poniendo en evidencia la realidad informal de nuestras ciudades. Sin un marco de planificación adecuado, este tipo de obras incentivan la ocupación ilegal e informal del suelo, expandiendo la mancha urbana en zonas donde no existe ninguna proyección de servicios básicos (principalmente agua y desagüe) y equipamientos (colegios, postas médicas, parques, etc.), y donde será muy costoso poderlos proporcionar a futuro. Además, la ausencia de una solución formal para la enorme demanda de vivienda de los sectores más carenciados, hace que las mafias de traficantes de terrenos y especuladores vean en este tipo de obras una oportunidad para venderles posesiones de tierra, condenándoles, con la complicidad indirecta del Estado, a la pobreza y marginalidad.

Adolfo Córdova, en su informe sobre la situación de la vivienda en el Perú (1956), ya había mencionado que una de las principales causas de la migración del campo a las ciudades era la expectativa de un mejor futuro, o al menos, de no morir de hambre. En ese sentido, Edward Glaeser en su famoso libro “El triunfo de las ciudades” menciona que las ciudades no generan pobreza, sino que atraen esperanza. Entonces podemos decir que las ciudades, en su naturaleza de atraer y concentrar, son espacios generadores de riqueza. Si lo trasladamos al suelo, podemos apreciar cómo el accionar de las ciudades genera un valor artificial sobre la función productiva de la tierra, convirtiendo desiertos en zonas sumamente atractivas para el desarrollo de edificios. Esto sucede todo el tiempo, y podemos verlo con mayor intensidad en procesos como el de la vía “Pasamayito”, donde el accionar directo del Estado produce un interés inusitado por tierras improductivas, cuyo valor crece con el avance de las obras.

La Ley de Desarrollo Urbano Sostenible, publicada en julio del 2021, ya ha incorporado instrumentos para que las municipalidades actúen sobre esa especulación, regulando el mercado del suelo y pudiendo participar de las ganancias extraordinarias que su actuación genera en los propietarios de los terrenos beneficiados. Lamentablemente ninguno de esos instrumentos, o los vigentes antes de la publicación de la ley, han sido implementados para regular la especulación en los terrenos colindantes con la vía “Pasamayito”, regalándoles ese valor extraordinario a sus propietarios (o posesionarios), y no pudiendo actuar sobre la especulación y acaparamiento de terrenos. Con ello, hemos perdido una importante oportunidad de poder habilitar nuevo suelo para viviendas de interés social, y de poder generar recursos económicos para el financiamiento de obras tan básicas como la provisión de agua y desagüe.

Como ya hemos visto, la Municipalidad de Lima ha repetido errores históricos asociados a este tipo de obras, los mismos que nos costarán décadas poderlos revertir.

Artículo original publicado en Urbanistas.lat