diciembre 23, 2024

Perspectivas inciertas

El 2022 se presenta como un año muy incierto en materia económica. Corremos el riesgo de desperdiciar condiciones externas tremendamente favorables.

Tras un 2020 terrible para el Perú, tanto en salud pública como en indicadores económicos y sociales, el 2021 ha sido un año de recuperación más rápida a la esperada inicialmente. Entender el porqué de esta dinámica es fundamental para analizar las condiciones de entrada al 2022.

El 2021 fue un año de fuerte crecimiento a nivel global. Tras la mayor recesión en décadas, los impulsos monetarios y fiscales a escala sin precedente, y la “reapertura” económica, generaron un rebote enorme. Aquellos países con mayores contracciones el 2020, en parte por cuarentenas y restricciones a actividades más severas, en promedio, se beneficiaron de un mayor efecto base. No sufrir terceras o hasta cuartas olas del virus que derivasen en nuevos cierres ha sido, hasta el momento, también determinante. Ese fue el caso del Perú, que además implementó uno de los mayores impulsos crediticios que le dieron una suerte de respirador artificial fundamental, dada la magnitud del golpe sufrido.

Los precios de nuestros productos de exportación, incluyendo al cobre, que alcanzaron o estuvieron muy cerca de máximos históricos, también fueron clave. Los términos de intercambio (la razón entre precios de exportaciones e importaciones) de nuestro país están en un máximo de casi cincuenta años. Está ampliamente documentado que, para nuestro país, condiciones externas benignas tienen efectos positivos significativos sobre distintos indicadores económicos.

¿Cuánto de esto se traslada al 2022? Por un lado, los efectos base/reapertura han venido en descenso durante el 2021, y ya son negligibles para el próximo año. Sin embargo, se prevé que las condiciones externas continúen siendo favorables, tanto en materia de crecimiento como de precios de exportaciones, pero en un entorno no exento de riesgos. El primero es que las presiones inflacionarias globales no cedan, y que ello no sólo continúe erosionando el poder adquisitivo de los consumidores (además de sus efectos regresivos), sino que conlleve a retiros de estímulos monetarios más agresivos de los bancos centrales que pudiesen comprometer la recuperación y los precios de activos. El segundo, evidentemente, es que nuevas variantes del virus más transmisibles o resistentes a vacunas, además de sus efectos sobre salud pública, generen disrupciones adicionales a actividades económicas y retroalimenten los procesos inflacionarios. Es aún pronto para calibrar la magnitud de este riesgo, pero no debe subestimarse.

Lo cual nos lleva a los factores de fuente doméstica. Las condiciones externas benignas generan impactos multiplicadores positivos en la economía principalmente a través de la inversión privada, que normalmente es muy procíclica, es decir, responde a estos impulsos externos y los amplifica. A su vez, la mayor inversión privada, a través del empleo y los ingresos, impulsa el consumo de los hogares. Pero este proceso no es automático, y ese es el principal riesgo a la dinámica económica no sólo del 2022 sino en el mediano plazo.

Para que las favorables condiciones externas se traduzcan en inversión privada, se necesita confianza. Y ese es el problema. Los indicadores de expectativas empresariales, que usualmente explotan en contextos externos benignos como el actual, están en terreno de pesimismo. Se ha roto la causalidad. Ello sugiere contracción de la inversión privada durante el 2022.

Las razones de este pesimismo son, evidentemente, de fuente interna. Algo responde al clima de conflictividad política. Pero, como el comportamiento del tipo de cambio y de los flujos de capitales (posiblemente la mayor salida en la historia) sugieren, la incertidumbre se debe a decisiones y anuncios del gobierno.

Este, a su vez, pareciera no entender (o no importarle) la situación. Proyecta escenarios económicos con inversión privada que crecen aún más fuerte que el PBI, el cual, a su vez, lo hace a tasas significativamente superiores al quinquenio prepandemia. Sus propuestas de “reactivación”, de espaldas a la dinámica de la inversión privada, se basan en iniciativas de gasto público, en muchos casos de dudosa calidad y necesidad, y financiadas con ingresos que podrían no materializarse en un contexto de menor crecimiento. Insiste con una reforma tributaria que penaliza las formas de generación de rentas de capital y que por tanto desincentiva aún más la inversión privada (esto ya se está manifestando a través de altas tasas de reparto de dividendos). Y la lista continúa.

El problema no es solo coyuntural. A fin de cuentas, pese a que estaríamos desperdiciando una gran oportunidad, mientras los precios de las materias primas se mantengan elevados, eso nos da un piso en el corto plazo. Lo que debería preocuparnos es la no existencia de condiciones para la formulación e implementación de políticas públicas que reviertan el marcado debilitamiento de los fundamentos económicos y de desarrollo de nuestro país. Peor aún, la agenda del gobierno pareciera orientada a lograr exactamente lo contrario.

Ese es el costo de políticas alejadas de la evidencia y basadas en ideologías que nunca funcionaron, ni en el Perú, ni en otros lugares a lo largo de la historia. ¿Existe aún una oportunidad de cambio en el gobierno? Por el bien de los peruanos, ojalá.

Original publicado en La República.